Cuando yo era chico (muy chico, aclaro)  la televisión era otra cosa…y no me refiero solamente a los contenidos.

Los televisores eran enormes mamotretos con imagen blanco y negro, obviamente sin control remoto, que se iban de vertical, de horizontal y que para cambiarles el canal había que girar una perilla que hacía “clac…clac…clac…” alrededor de la cual había un anillo llamado “Sintonizador”.

Ese sintonizador estaba justamente para sintonizar “un poquiiiiiiiito” mejor la señal que te llegaba de la antena.

Porque antes, como sabrán, no había ni cable, ni pendorcho digisatelital ni una mierda. Habían solamente cinco canales que se captaban por aire.

Esos canales eran 13, 11, 9, 7 y 2. Claro que para ver canal 2 tenías que vivir en La Plata o en una torre de 64 pisos.

Lo complicado del asunto era que nadie podía ver bien ni siquiera los 4 canales restantes, porque el que lograba direccionar su antena como para captar bien el 13, iba a ver más o menos el 9 y para el ojete el 11 y el 7.  Y cuando acomodaba la antena como para ver el 11 se le desacomodaba el 13.

Era bastante común la escena de un tipo trepado en el techo moviendo el enorme aparato metálico, con un secuaz que desde abajo le gritaba por la ventana: “Ahí…ahí!!!!   No boludo!!! Que tocaste??? Como antes!! Como antes!!! Ahí!!!” en un intento de guiarlo para ver la TV con más nitidez.

Así era como el mandamás de cada familia “elegía” que canal prefería ver de acuerdo a su interés en la programación y le daba prioridad en la sintonía, por ejemplo al 13, por sobre los demás canales.

Con las mujeres, al comenzar una relación o durante un noviazgo, nos pasa lo mismo: Ponemos la antena como para sintonizar mejor sobre aquellas cosas de ella que nos gustan…y a las otras las minimizamos o elegimos no verlas.

Por ejemplo imaginemos que nos ponemos de novios con una mina hermosa, pero muy pelotuda, rompebolas y bastante infiel.

¿Qué hacemos?

Enfocamos la antena para ver solamente la belleza y dejamos pasar todo lo demás.

Claro que con el tiempo esos otros canales de la mina, que a pesar de que elijamos no verlos seguirán transmitiendo, nos van a traer problemas.

Y en la medida que nos encaprichemos en tener la antena orientada solamente hacia sus hermosos ojos, a su terrible lomo o a lo bien que coge, esos problemas van a ser cada vez más grandes y la analogía en lugar de hacerla con un televisor, la vamos a tener que hacer con un horno.

“No puede ser…no puede ser…” vamos a repetir como loros, incrédulos ante una infidelidad o cuando directamente nos deje por ese otro.

Sí, tigre!!! Sí que puede ser!!! Lo que pasa es que tenías sintonizada tu antena para ver un canal solo y elegiste no ver que seguía hablando con el ex por MSN, que le llegaban mensajes de un compañero de trabajo los fines de semana, lo rara que volvió de las vacaciones, que no le cortaba el rostro a un par de pelotudos que le tiraban onda en facebook, etc, etc.

No hay peor ciego que el que no quiere ver.

No hay peor sordo que el que no quiere escuchar.

No hay peor boludo que el que no quiere ni ver ni escuchar.

¡Muevan la antena! ¡Con el canal de la belleza solamente no hacemos nada! O mejor dicho, hacemos durante un rato, pero indefectiblemente en algún momento se nos va a venir la noche…

…y mirá vos…a la noche, en los televisores de antes, también se cortaba la transmisión.

 

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