Todos sabemos lo que es una estafa. Pero cuando vivimos una “estafa emocional” demoramos mucho más tiempo en darnos cuenta que hemos caído en una trampa, o directamente no nos damos cuenta nunca.

Habrán escuchado la frase “le vendieron un buzón”.

Vender un buzón era una estafa bastante común que los estafadores locales les hacían a los inmigrantes a principios de siglo.

El estafador se paraba al lado de un buzón de correo que por lo general estaban en algunas esquinas de Buenos Aires, y cuando un inmigrante recién llegado quería echar una carta le decía:

-Un momento, son 10 pesos.

-¿Le tengo que pagar a usted 10 pesos por dejar aquí una carta? -Decía la víctima

-Sí, porque el buzón es mío – le respondía el estafador

En ese momento llegaba un cómplice, echaba una carta y le daba 10 pesos al delincuente.

El inmigrante quedaba observando y llegaba otro complica que tiraba una carta y sin chistar también le daba 10 pesos al estafador.

Entonces de alguna manera, el estafador le hacía saber al pobre hombre que estaba interesado en vender el buzón porque le demandaba demasiado tiempo estar allí atendiéndolo.

¿Y a cuánto lo vende? –preguntaba el pobre ingenuo

-Lo vendo en 200 pesos.

¡Era un negoción!
Si en 5 minutos el dueño del buzón había ganado 20 o 30 pesos, 200 pesos por semejante negocio era un regalo, por lo cual le compraba el buzón en 200 pesos al delincuente que desaparecía contento con el dinero.

Obviamente este pobre hombre no tardaba mucho tiempo en descubrir que había sido estafado.

Una estafa consiste en una promesa muy tentadora, que provoca una ilusión de bienestar o ganancia a futuro, pero que en realidad no existe.

Las personas que son estafadas “emocionalmente”, se ilusionan tanto, son convencidas tan profundamente de haber encontrado el amor de su vida, la persona ideal, la persona que te quiere incondicionalmente, la persona que te da todo lo que necesitabas de una pareja, que cuando se corre el telón y ven que las cosas no son como creían, no se resignan. Es tanto el dolor que esa pérdida de ilusión les causa que eligen creer que no existe tal estafa, que es posible mantener el sentimiento de bienestar, se niegan a perder a la persona que les proveía ese estado emocional ideal.

En resumen, no pueden darse cuenta que el buzón no es de ellos, que el vendedor no era el dueño, que nadie les va a dar un peso por tirar una carta.

La única diferencia entre una estafa común y una estafa emocional, es que en la primera el estafador desaparece. No lo vemos más. Lo buscamos para que nos devuelva nuestro dinero, pero se esfumó, lo cual es la prueba final e irrefutable de que hemos sido víctimas de un engaño.
En el caso de la estafa emocional, la persona sigue ahí. Tiene la misma cara, la misma cercanía, es tan real como antes, solo que cambiaron sus actitudes, sus palabras, sus promesas.
A esa persona que aparentemente nos daba el cielo, la seguimos viendo y es la misma. Ahí está, al menos por fuera.

Y la necesidad de no perder ese tesoro que creímos encontrar nos hace poner en marcha nuestro mecanismo de defensa de “la negación”, para no sufrir, para no darnos contra una pared, para no tener que reconocer que lo que creíamos tener no solo no existe sino que nunca existió.

Hay vida después de una estafa común. La plata va y viene.

También hay vida después de una estafa emocional. Pero mientras no la reconozcamos como tal, no vamos a empezar a vivirla. Y el malestar, la agonía y el dolor, van a ser más largos.

¿Te vendieron un buzón?

Ok, aprendé de esa experiencia para que no te vuelva a pasar, pero correte de su lado, sea buzón o sea pareja, porque no vas a sacar ninguna ganancia.

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