Imaginemos un ring de boxeo y una pelea entre el corazón y el cerebro.

Comienza la pelea. Ambos levantan la guardia, se miden…el cerebro se distrae y el corazón le aplica un gancho de derecha a la mandíbula que lo deja en la lona. El árbitro comienza la cuenta.

Este es más o menos el cuadro que se presenta en estas luchas entre sentimiento y razón. En el mejor de los casos el cerebro se va a levantar con dificultad cuando la cuenta vaya por el 7 u 8 y va a intentar dar batalla. En otros va a seguir tirado inerte en la lona.

Que el corazón rige nuestros sentimientos es algo tan metafórico como el combate antes descripto.

En realidad todo está en el cerebro. Tanto nuestra parte emocional como nuestra parte racional depende de éste.

¿Por qué cuando estamos enamorados de alguien que nos maltrata, o cuando una pareja nos engaña y luego abandona, la batalla entre razón y sentimientos la ganan los sentimientos y por robo, por lo menos al comienzo?

Es difícil explicar esto sin entrar en datos extremadamente científicos. Para hacerlo más sencillo podríamos decir, parafraseando a Tanguito, “Porque el amor es más fuerte” y no estaríamos tan equivocados.

Son esos sentimientos y esos impulsos los que nos llevan a tomar acciones que nos perjudican, alejándonos de nuestro bienestar, de nuestro equilibrio, de nuestra felicidad.

Se nos hace muy difícil anteponer el razonamiento, la inteligencia a los sentimientos para poder elegir un camino más conveniente para nuestro desarrollo personal.

Es en esos momentos en donde cobra importancia el concepto de “Inteligencia emocional”. Concepto que es bueno conocer e intentar poner en práctica en este tipo de situaciones.

¿Qué es la inteligencia emocional?

Podríamos definirla como la capacidad de percibir nuestros sentimientos y servirse de esa información para manejar el pensamiento y conducirnos de forma adecuada para lograr nuestro bienestar.

O sea, sentir, pensar, analizar y resolver en función de la opción más conveniente.

El impulso y la emoción son más fuertes, pero ahí es cuando la inteligencia emocional tiene que dar batalla.

En la película “Náufrago” Chuck Noland (Tom Hanks) pasa años en una isla desierta en compañía de una pelota a la que le pintó una cara y la llamó Wilson.

Tal vez fueron la soledad, la desesperación y la necesidad de comunicarse las que hicieron que Chuck desarrollara un sentimiento de compañerismo, amistad y por qué no amor, hacia el inanimado objeto con cara humana.

 

Luego de que las esperanzas de ser rescatado se agotaron y ante la opción de una muerte segura permaneciendo en la isla, Chuck decidió hacerse a la mar en una balsa acompañado de su inseparable y querido amigo Wilson.

La mala fortuna, el oleaje, el viento o vaya a saber qué cosa hicieron que mientras Chuck dormía, Wilson se desprendiera de las cintas que lo ataban quedando flotando a la deriva y siendo alejado por la corriente.

Cuando Chuck despierta y nota la pérdida de su compañero entra en un estado emocional de desesperación y al divisarlo alejándose en el mar no duda en seguir su impulso de arrojarse al agua para recuperarlo.

Como la corriente que se llevaba a Wilson era muy fuerte, la única opción para recobrarlo era alejarse de la balsa a la cual sostenía con una soga, y a la que dominado por la emoción tuvo el impulso de soltar para lograr su objetivo.

Fue en ese momento en donde puso en marcha los engranajes de su “inteligencia emocional” y al verse a mitad de camino entre Wilson que se alejaba y la balsa, y ante la opción de tener que elegir que era lo que más le convenía para sobrevivir, eligió darse la vuelta y recobrar la soga, llorando desconsoladamente al grito de Wilsoooon!!! Lo siento!!! Lo siento Wilsoooon!!!

Reconocer el sentimiento, pero no obstante pensar, analizar y resolver, le salvó la vida.

En ese mismo mecanismo tienen que hacer el esfuerzo de trabajar aquellos que se encuentran en una situación de desamor, de dependencia emocional. Esas personas a las que el corazón les dice “sí” y la razón les dice “no”.  Tal vez tiene que dejar ir…para agarrar el timón de su propia vida y salvarse.

No es fácil. No es sencillo. Requiere a veces de un esfuerzo extremo, pero se puede. Les aseguro que se puede.

Ah…me olvidaba comentarles que Chuck finalmente fue rescatado por un barco…y ni bien llegó a la ciudad se compró una pelota nueva.

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