Es indudable que las experiencias que una persona va acumulando a lo largo de la vida contribuyen a forjar su personalidad como adulto. Sobre todo las experiencias de su niñez.

Ahora bien…digo…pienso…no sé…¿tenemos que resignarnos a tener determinadas características de nuestra personalidad, que tal vez no nos agraden o no nos hagan del todo felices solo porque de niños vivimos determinadas circunstancias?

También hay quienes dicen que en las particularidades del carácter de cada uno puede haber un componente genético.

Sí…ok…también ¿y?

¿Tengo que resignarme a ese componente genético que no me trae bienestar?

En resumen….¿tengo que resignarme a ser como soy si me gustaría ser diferente en algunos aspectos, si admiro o envidio la forma de ser de otros, si mis debilidades no me permiten sentir como me quisiera sentir o actuar como creo que debería actuar o como actúan otros a quienes admiro?

Que injusta sería la naturaleza, la vida, Dios, la fuerza universal o como quieran llamarlo si no nos permitiera moldearnos a nosotros mismos y participar en la decisión de “como queremos ser” o “quien queremos ser”.

Cuantas veces escuchamos decir “quiero pero no puedo”, “quiero pero no tengo el valor”, “quiero pero soy un boludo”.

Pero si otros pueden, tienen el valor y no son boludos, significa que la posibilidad existe.

Pero claro, como nosotros tenemos una personalidad más “débil” por culpa de nuestra niñez, por culpa de nuestra genética o por culpa de la concha de su tía, nos resignamos a decir “Yo no puedo porque “soy” cobarde”.

Y a eso es a lo que yo me resisto. Eso hoy no tengo ganas de aceptarlo.

La vida nos da constantes “oportunidades” para ser como queremos ser. Para actuar como actúan los que son como querríamos ser. Tomarlas o no es una decisión.

Daniel era medio cagón. No se animaba a acercarse y hablarle a esa mina que tanto le gustaba y a la que veía todos los días en el bar de la facultad.  Eso sí, admiraba y envidiaba a esos que si se atrevían (con ella o con otras) y lo hacían.

“Pero yo no puedo. Yo soy cagón”.

Lo ayudé con respecto a “que decirle”, pero la decisión de no ser cagón la tenía que tomar él. La oportunidad estaba ahí, al alcance de la mano. Lo peor que podría pasar es que le mina le dijera “Tomátelas de acá, pelotudo”, pero al menos, eso no se lo diría a un cagón, sino a alguien que se animó… a alguien que debería estar contento consigo mismo por vencer una supuesta forma de ser a la que no tenía por que resignarse.

Y lo hizo.

Le fue mal…le fue bien… no importa. Ya no corría más eso de “Yo soy cagón”, porque tomó la oportunidad que la vida le ponía adelante para no serlo.

 

Marcelo no podía vivir sin su Silvina. Pero aparentemente Silvina sí podía vivir sin Marcelo. De hecho decidió no vivir más con Marcelo para vivir con Martín.

“Yo no tengo huevos para no llamarla” “Yo sin ella no puedo”.

Pero, no tener huevos para no llamarla no era algo que le agradara. Más bien moría por tenerlos.

Ok…otra vez al alcance de la mano la oportunidad de ser lo que querríamos ser y que lamentablemente la genética o las experiencias de la niñez no nos permitieron.

Un día, dos días, tres días, una semana, dos meses sin llamarla y ya podría decirse que “tenía los huevos” para no hacerlo.

 

La vida nos da constantes oportunidades de dejar de ser lo que somos para ser lo que nos gustaría ser. No dejemos de verlas, ni de aprovecharlas.

VAMOOOO NENEEE!!!

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